Si, quizás, su nombre no diga mucho, pero para el personal de Nuevo Diario sí es importante porque es la madre de uno de los colaboradores en el sostén de la empresa periodística y de otro hijo que también pasó por la redacción del matutino.
Si, quizás, su deceso tampoco diga mucho, porque en el contexto del COVID-19, la presencia y sobrevida de las personas no está asegurada ni mucho menos. En su caso, su partida fue a causa de otra dolencia.
De carácter jovial, simpática y risa contagiosa, supo enfrentar la vida de un modo admirable, ya que a los problemas los resolvió con una naturalidad envidiable, cuidando que el daño colateral de esos problemas no afectara a sus tres niños, hoy ya hombres.
Pero aún para los hombres, lo que termina siendo tan doloroso como la noticia, es la distancia. La distancia emocional –no tan sólo física-, de no poder estar junto al ser más amado de los hijos para poder despedirla, distancia obligada e insalvable por la situación del COVID-19. En este caso, sólo uno de ellos pudo estar a su lado.
Esta noticia, quizás preanunciada, lleva a pensar en todos los casos similares de las personas que no pudieron despedir a sus seres queridos con el consiguiente sinsabor de la partida solitaria y deshumanizada. Para uno de sus hijos su deceso se sintetizó en una frase “me enseñaste que nada es para siempre”…, pero parecería que el dolor sí.
(NAG)