Luego de su victoria, que había detenido el retroceso del ejército hasta Córdoba, incumpliendo las órdenes del Triunvirato, en especial de su secretario Bernardino Rivadavia, el verdadero hombre fuerte, Belgrano se propuso reforzar el ejército a su mando. Mejoró la frágil disciplina, impartió instrucción militar y reclutó soldados hasta duplicar su número. También fortaleció el parque y la artillería con los bastimentos y los cañones abandonados por los realistas en Tucumán.
El principio del combate no fue favorable a las tropas revolucionarias pues el jefe de la caballería, Eustoquio Díaz Vélez, fue herido de bala aunque ello no fue obstáculo para que volviera al campo. Además la caballería del flanco izquierdo no hacía pie en un terreno empinado y resbaloso por la lluvia y era blanco fácil de la infantería enemiga.
Pero Belgrano atinó a tomar medidas que poco a poco fueron revirtiendo la situación. La tropas enemigas fueron retrocediendo hasta congregarse en la Plaza Mayor salteña, donde Tristán decidió finalmente rendirse, mandando tocar las campanas de la Iglesia de La Merced.
Belgrano, con el espíritu magnánimo que ya había demostrado en el Paraguay con su abrazo al jefe realista, decidió que al día siguiente los vencidos abandonarían la ciudad marchando, con honores de guerra, y depondrían las armas; garantizó su integridad y libertad a cambio del juramento de no empuñar nuevamente las armas contra los patriotas.
Los españoles tuvieron 480 muertos, 114 heridos y 2.786 hombres prisioneros, y entregaron 2.188 fusiles, 200 espadas, pistolas, carabinas, 10 cañones, todo el parque de guerra y tres banderas reales. Entre los prisioneros figuraron diecisiete jefes y oficiales.
La importancia de la batalla de Salta
En primer lugar permitió recuperar un vasto territorio que parecía perdido para las Provincias Unidas, y fijar las fronteras al norte.
De esta manera, los ejércitos realistas fueron detenidos en su avance hacia el sur y estas tierras nunca pudieron ser recuperadas para el extinto Virreinato. Además se puso a prueba el compromiso de la provincia de Salta con la Revolución pues los padecimientos fueron muchos, entre otras razones porque se cortó el comercio con las ciudades altoperuanas, que era la base del comercio salteño.
Finalmente se comprobó que era posible vencer a los defensores del rey en los campos de batalla, contrariando el pesimismo de Buenos Aires que preferían entronizar algún príncipe europeo y al precio de una nueva sumisión.