Un cementerio de Sinaloa tiene tumbas de dos pisos equipadas con sala de estar, aire acondicionado y vidrios a prueba de balas. Son de algunos jefes de las drogas que se procuraron un descanso digno en Culiacán, la capital del estado, ubicado al noroeste del país y bastión del encarcelado capo Joaquín, el chapo, Guzmán.
“Es una manifestación del poder que han tenido en vida y de las carencias que tuvieron cuando fueron niños”, afirma Juan Carlos Ayala, especialista en “narco - cultura” de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Al caer la noche las luces se encienden de manera automática en varia de las tumbas, en algunas hay hasta árboles de navidad y otras incluso tienen cámaras de vigilancia y sistemas de alarma.
En la mayoría de las criptas hay fotografías y pinturas de los fallecidos, muchos de ellos entre los 20 y 30 años pero sin nombre que los identifique.
Se estima que la construcción de alguna de ellas pudo costar hasta U$S 290.000.
Las lujosas tumbas son un símbolo de la “narco – cultura” que ha florecido en la última década y que ha sido inspiración de música, series de televisión, películas y moda.
Esto también se mezcló con la religión, criminales y millones de mexicanos adoran a un esqueleto conocido como la Santa Muerte o al santo no reconocido Jesús Malverde, quien según la leyenda fue una especie de Robín Hood hasta que fue colgado en 1909. Ambos cultos son rechazados por la Iglesia Católica, lo que no impide que cientos de fieles acudan a ellos a pedir milagros.