Gregorio A. Caro Figueroa
Columnista invitado

MIRADOR DEL DÍA

En Salta sigue galopando el caballo del comisario

¿Cuántos ministerios tiene ahora el gobierno de Salta? Según la estructura del Poder Ejecutivo son doce, coordinados por una Jefatura de Gabinete de Ministros. En ese esquema no aparece un Ministerio que concentra más poder político que la suma de esta docena de carteras.

Por Gregorio A. Caro Figueroa para NDS |

Es que las prácticas políticas en Salta retrocedieron a los años anteriores a la aplicación de la Ley Sáenz Peña.
Es que las prácticas políticas en Salta retrocedieron a los años anteriores a la aplicación de la Ley Sáenz Peña.

Aunque este Ministerio número 13 permanece en las sombras y, en apariencia, sus acciones son tan invisibles como inocuas y “no ocasionan erogación alguna al Estado provincial”, es el brazo más largo, más activo y de más perversa eficiencia que tiene el oficialismo en Salta.

El que opera en las penumbras del Grand Bourg, no es otro que el Ministerio de la Verdad. No es un original invento local para alimentar el “orgullo de ser salteños”. El Ministerio de la Verdad, llamado Miniver por George Orwell en su ficción “1984”, es uno de los cuatro ministerios del gobierno del Ingsoc”, partido gobernante en esa obra de Orwell.

Ajustado a esa “neolengua”, el objetivo del Ministerio de la Verdad era instalar la mentira como sistema para reducir, y después anular, “la capacidad de pensamiento”. El Ministerio de la Paz, se ocupaba de la guerra; el del Amor, del orden; el de la Opulencia, de asuntos económicos. En el Miniver flameaban tres consignas del “Ingsoc”: “La guerra es paz”. “La libertad es esclavitud”. “La ignorancia es fuerza”.

La tarea más importante del Miniver no era tanto inventar nuevas palabras, sino destruirlas para que ellas expresen lo contrario de su verdadero sentido, llamando verdad a la mentira, amor al odio, y paz a la guerra.

Se puede decir que en Salta ese Ministerio se creó en diciembre de 1983 como una de las herramientas de un supuesto “proyecto” o “modelo” político cuyo objetivo principal era, y sigue siendo, controlar el poder político y el poder económico de Salta durante 50 años. Con lo cual, la fecha de caducidad de este “modelo” sería enero del año 2034.

El “proyecto” consiste en imponer un régimen político asentado en la hegemonía rotativa de un sector que llegó al gobierno con el caudal electoral del peronismo y que, desde hace 33 años, permanece en el poder con la protección del amplio y ambiguo paraguas protector de una historia idealizada y de una doctrina cobija extremos opuestos y cambia de color según la ocasión.

En estos días Salta amaneció empapelada con grandes carteles electorales con la foto del gobernador Urtubey, acompañado del nombre de un nuevo/viejo de un sector interno del oficialismo: “Unidad y Renovación”. Orwell no lo habría hecho mejor.

Aquí la palabra “unidad” encubre la dispersión y la fragmentación, y “renovación”, un disfraz del más persistente inmovilismo y continuismo político en Salta en los últimos 120 años.

En ese “proyecto”, con Urtubey, aparece ahora un objetivo que no parecía estar en las pretensiones de Juan Carlos Romero: sentar en el sillón de gobernador a uno de sus hermanos, restaurando un gobierno de familia que Salta padeció en las décadas de 1860 y en la primera década del siglo XX. Ambición que coloca a Salta a las puertas de la regresión a un anacrónico y nefasto nepotismo.

Junto a estas fotos gigantes del gobernador, aparecieron otros rostros de políticos que, cargando a sus espaldas 33 años en funciones de gobierno, se siguen presentando como garantes de la renovación y del cambio “que Salta necesita”. Después de un siglo, en Salta el caballo del comisario sigue galopando.

Sin la belleza del retrato del joven Dorian Gray, de la novela de Oscar Wilde, sin haber bebido en la fuente de la eterna juventud, estos nuevos y vitalicios candidatos del oficialismo acaparan, sin sonrojarse, no sólo el pasado –más de treinta años en funciones- sino también el presente de una provincia pobre y deprimida. Como esto no les parece suficiente, extienden sus ambiciones al futuro, codiciosos de latifundismo político y de eternos laureles.

Es que las prácticas políticas en Salta retrocedieron a los años anteriores a la aplicación de la Ley Sáenz Peña, la que comenzó a limpiar el fraudulento régimen de una oligarquía local que retuvo el poder trasladando a la política aquella costumbre de las cuadreras, carreras en las que, con malas mañas, siempre ganaba el caballo del comisario del pueblo.

El comisario seleccionaba jinetes y caballos los que, debían simular que competirían con el suyo. Aquella era una selección al revés: obviamente, el comisario se encargaba de elegir los más flojos y aquellos dispuestos a “entregar la carrera”. Caballo y jinete del comisario tenían ventajas desde la partida: varios metros a favor en salidas y llegadas.

En Salta, en las próximas PASO, el comisario corre con varios caballos y otros tantos jinetes. Es un secreto a voces cuál es el candidato donde está puesta la preferencia del gobernador, quien deja correr a otros e interviene y manipula en la formación de listas de otros sectores, pero que tiene boletos, y aparato del gobierno, puestos al servicio preferente de un ganador.

“Nuevo, cambio, futuro, renovación, unidad, juntos, victoria y plural" son las palabras más usadas en las 248 listas en Salta para las PASO. Esos nombres pertenecen a sectores o grupos que representan todo lo contrario: lo viejo y caduco, el inmovilismo, el pasado, el estancamiento, la división, el sectarismo y la derrota.

El uso fraudulento de las palabras es uno de las tantas formas del desprecio al ciudadano, una corrupción del lenguaje y un nada sutil modo de disfrazar de verdad las mentiras. Es un componente principal en la obra de degradación de la política y la demolición de las instituciones.

Si en Salta siguen gobernando los que conciben el futuro sólo como una mera y permanente repetición del pasado; los que administran la provincia como patrimonio privado y bien de familia (aunque sin el cuidado que ponen en los suyos), y con estos mismos y perpetuos protagonistas, los más de dos millones de salteños del año 2050, seguirán condenados a que su futuro sea una pesadilla, a vegetar en el estancamiento, a ser gobernados por una casta, y a sobrevivir sin horizontes. Estarán encadenados a un pasado que no pasa.

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